No entiendo cómo llegué a esto. Ese muchacho, tan normalito, tranquilo, simpático y enigmático, llegó a mi vida. O yo llegué a la suya. No lo sé. Solo nos encontramos. Y, yo le hablé. Le hablé, porque quería hacerme su amiga. Me inspiraba confianza y tranquilidad el solo hecho de verlo a los ojos. Sorprendentemente, su respiración no me molestaba. Usualmente, cuando escucho la respiración de alguien siento ganas de taparle la nariz para que deje de hacer ruido, que deje de recordarme que existe cerca de mí. Pero con él no. Su mirada era muy, muy dulce, y sin embargo, triste. Melancólica. Y él lo ocultaba.Trataba desesperadamente de ocultarlo a los demás. ¿Lo lograba? No estoy segura. Quizá la gente no se fijaba en esos pequeños detalles. Pero, yo vi algo… Algo que me dió un sentimiento de comprensión. Sentí su dolor.
Y me pregunté: <<Será como yo…(?)>> —<<¿Lo sabe?>>
Tiempo después, nos fuimos acercando más y más, casi sin saber cómo, y de repente… De repente sentí que había encontrado algo que ni siquiera estaba buscando, y que no pensé que había perdido. Encontré un pedazo de mi alma que no sabía que faltaba. Ese muchacho, resultó, al fin y al cabo, un pedacito de mi corazón. Una esquirla de todos los golpes que lo rompieron, incluso antes de siquiera ser consciente. Solo somos, como tal, una maraña de pensamientos dulcemente envenenados, de valores, de recuerdos. De sentimientos del pasado y del presente.
Pasó pues, que el chico estaba roto. Hecho pedazos. La gente le había dado un golpe y cayó por un precipicio. En el fondo de aquél precipicio encontró algo, alguien, con el que no paraba de luchar siempre que intentaba salir. Él mismo.
Hablaba con él ,entonces, casi todos los días. Me contaba sobre toda la oscuridad que había al fondo de ese precipicio y las horrendas criaturas que no le dejaban dormir, lastimándolo. Yo intenté,¡Dios, cómo lo intenté! intenté sacarlo de ese precipicio. Porque, aunque yo también estaba ahí, me aferraba firmemente a una roca. Tratando de no caer. Descubrí, que no me importaba caer al precipicio si con aquello conseguía sacarlo. Y caí. Porque la maldita roca, se soltó. Esa roca, se fue. Y con ella mis esperanzas. Pero, al caer, y terminar junto a aquel muchacho, entre esa penumbra, sus ojos y sus alentadoras palabras la hacían mejor, la hacían cálida. Continuamos hablando, y cada vez, había más luz en ese oscuro agujero. Las heridas que se abrieron al caer se fueron cerrando, y dejaron de sangrar.
Y no sé cómo… Y salí. Salí, porque alguien, alguien me amaba, porque aquel maravilloso muchacho me dijo, una vez, “te amo”. Ja, era la primera vez que alguien que no fuera familia de sangre me decía eso. Yo nunca le conté, en ese entonces, cómo caí en ese agujero. Nunca le conté a qué me aferraba, que me impedía caer. No le conté, mis problemas, no le conté, cómo es que la soledad se tragaba lentamente mi humanidad. Cómo mi mente se retorcía, cómo es que, después de ahogarme en un mar de dudas, de sueños que se convertían en pesadillas, de recuerdos borrosos, de risas ajenas, había conocido una criatura salida directamente de la penumbra. No le conté cómo conocí a Algo. Sobretodo, porque si le contaba tal vez pensaba que era una esquizofrénica solitaria que se inventó un amigo imaginario, o tal vez, si le contaba mis “problemas”, lo lastimaba más y lo terminaba por hundir.
Y llegó un día, en que este muchacho se fué. Se mudó de ciudad. Mi mejor amiga me había confesado que este muchacho le gustaba, o más bien, estaba enamorada. El último día le dije <<¡Declárate!>> Cosa que por supuesto no hizo. En fin. Yo, NUNCA le dije a mi amiga que había empezado a hablar con él por Whatsapp, ni que éramos muy cercanos, ni que me contaba muchas cosas, ni nada. Claro está, que también me salté el detalle de que yo también sentía algo por ese muchacho, porque lo consideraba traición.
Las cosas empeoraron.
El chico se fue. Hasta ahí… Medio digerible. Mi amiga, por su parte, no lo llevaba tan bien. Me escribía, y me decía que lo pasaba mal, que lo extrañaba, que aquel chico le contaba cosas, mas no entró en detalles, y yo solo me hacía la marica, me hacía cómo que no era tan cercana, que no sabía un poco más que la punta del iceberg.
Llegó un punto, pues, en el que yo ya no tenía aquella piedra, claro. Algo me sujetaba, me ayudaba, pero su naturaleza y su deber es guiarme, pero no puede, aunque quiera, intervenir directamente en “asuntos humanos”.
El muchacho pasaba por un momento muy delicado. Lo comprendía. Pero claro, eso no significaba que no dolía. Me dijo una vez, entre nuestras conversaciones, que se iba a alejar, a aislar. Entré en pánico, me dolió la cabeza terriblemente, y lloré. Lloré cómo si alguien hubiera muerto.
Simplemente, volví a caer en ese estúpido precipicio. Pero ahora él ya no estaba. Ni la piedra. Caí y me golpeé. Volví a la soledad. Y yo… Solo lo acepté. No sé si fue un error, pero mi madre sabía de forma realmente superficial que yo hablaba con él. Le conté que él se iba a aislar… Y que me dijo <<Este es el día uno, tardaré cada día un poco más en contestar>> Mi madre dijo: Bloquéalo. Y fue ella quien lo bloqueó. Recuerdo que yo estaba llorando, pero en silencio. Y lo último que escribí en ese chat fue: “Adiós ---------”.