Querida M.A.N, confieso que te amé desde aquella mañana en que mi sexto sentido advirtió que alguien me observaba desde hacía mucho tiempo. Eras tú, sentada en la fila de al lado y a unos tres pupitres detras de mí; eras tú y tu hermosa familiar sonrisa como saludandome o ya nos conociéramos de no se donde; tu sonrisa desnuda y el perfil de tu alma entera, floreciendo en en mí; era la mañana en que descubrí la esperanza de ver en mi muerte al rostro amado, la imaginación de que compartimos nuestro amor y nuestras vida en otros tiempos, y de que este día era sólo un eslabón en una serie de eventos infinitos. Y desde entonces comprendí que la vida me tenía algo preparado, algo que no esperé pero que estaba ahí, tendido en el tiempo y en otro espacio al que no podía acceder por razones de compromisos sociales o de acuerdos que sólo me destruian en lo más profundo, que de golpe entendí el mal que te haría si intentaba entregar mi corazón a aquella causa. Pero aún así, amé tu presencia en silencio, amé el perfil de tu alma, tu sonrisa como un mar que golpea hasta lograr el sonido ronco del vacío, del tiempo, del amor.