Carta a mi ex.
Érase solo ella, a quién miraba fijamente en silencio, con quién soñaba cada noche. En quién depositaba la confianza y esperanzas, sin esperar que ella y solo ella pueda traicionarla.
Mil ideas imaginarias, escenas que solo en mi mente sucedieron, planes organizados que nunca se dieron y un alma rota que yació aniquilada en un sucio piso de un día cualquiera de aquél opaco octubre.
No logró recordar exactamente el dia y hora, pero si como mi corazón se dividía en partes, atrayendo a mi individuo sobre un mar de lágrimas que nunca emergió. Era tan fuerte el golpe, que ni siquiera las lágrimas sustentaban el dolor latente que por dentro sentía y con cada decepción acumulaba.
Efectivo como tal, juraba un día ser fuerte y forjar un corazón impenetrable. Pero el contexto desde el que fui atacado, sobrebordea los límites que un día creí ya no existían.
Siendo yo, un ser sincero y algo soberbio, entregué al enemigo a manos abiertas un tesoro más valioso que el oro, brillante como un diamante pero sensible como una pieza de arte.
Entregaba mi corazón, amor y dulcura. De mi florecia y nacía el tratarle bien. Prometía no tener el descaro de tratarle mal o discutir un solo día con ella y jamás lo hice. Cumplí con cada una de mis promesas y ella supo traicionarme, ella supo quebrantar mi alma y mi ser.
Me abondonó de la misma forma que yo lo hice un día con otras personas, provocó que de mi se notara un lado sensible. Hizo que lagrimas rodarán por mis mejillas, que me sintiera de la mierda.
Pero ese dolor duro poco. Fue tan temporal como nuestra ilusión, se desterró de mi corazón de la misma forma en que llegó el día que le conocí. No hubo ni existirán segundas oportunidades.
Creaste o mejor dicho, fomentaste a un ser rencoroso, que no quiere saber nada más de ti. Que prefiere mantenerte alejada, que a hablarte y hacer como si nunca me hubieses afectado.
Eres y siempre serás en quién creí yo, sería la niña de mis sueños.